martes, 20 de noviembre de 2012

Cantata del Soñante, De Cantos del Recodo. Altenor Guerrero.,1964



Tus águilas de fuego, soledad.
Los huéspedes secretos en las sienes.
El alto resplandor de tus estrellas.
Mi corazón tañido dulcemente.

Estancia desvelada de los cantos.
Lúcida lengua, vasta paridora.
Esas voces, oh viento de otra edad,
el presagio  que adentro nos destroza.

Un áspid en la hoguera suspendido.
Rostro solar. El ópalo del sueño.
Y en medio del silencio, desalados,
los férvidos ejércitos del tiempo.

Yo busco la raíz y su pregunta,
indago estremecido sus metales.
¿Acaso tú, soldado tan terrestre
o vosotras, el eco perdurable?

Otoño coronado de racimos
para un adiós de pájaros ya ciegos.
El árbol acicala su sonrisa.
Se llevará sus hojas el estero.

El tiempo determina los escombros
y las estatuas tienen que podrirse.
Un río armado socava la vida
cual insectos los bellos abedules.

Al dulce amor ingresan las amadas
esbeltas como corzas en sigilo
y los leños empiezan a quemarse,
fulgor desamparado, triste rito.

Los náufragos del día, despojados,
cause abajo nos gritan la partida
y nos vamos, sonámbulos de piedra;
sobre musgos y sordas agonías.

Los oficios, el sórdido mercante,
la miseria de los dioses, el hosco
crepitar de las brasas en las venas
y unas ansias perdidas en el fondo.

¿Sois vosotros, fantasmas exiliados,
que llegáis con [los rostros] siderales
a tejernos esta túnica de lágrimas?
¿Pertenecéis a muestras heredades?

Es que vivo en ardientes territorios
donde crecen angustias como llamas.
Es que vivo naciendo como el fénix
y muero por vivir sobre la nada.

Un emblema nocturno me doblega,
una voz que resuena por los muros.
La siembra de mis huesos herrumbrados,
lluvia sola cayendo en lo oscuro.

Nívea centella la raíz del hombre,
su herencia de sollozos y peligros,
los nombres de la ausencia, la ceniza,
el goce de vivir, lo ya vivido.

Un terco cavador, labriego ciego,
en el origen puro de las aguas,
su grávida semilla entre las manos,
el orden de los surcos desbarata.

Oscuro pensamiento quema al ser.
Veloces alas tórnanse al olvido.
Hay un ronco golpe por las dunas,
derrumbado jinete hacia el abismo.

Alba flor, cima pura, limpia luz,
¿Dónde yaces dormida con tu lámpara?
El principio se muere en sus alcobas.
Pan y labios son tierras arrasadas.

Va sola la miseria con sus duelos.
Reptil encarnizado el mercenario.
La libertad es isla confinada.
A mi país lo abaten cuervos ávidos.

Llanto letal, negro muro, sal inútil.
Llorar es refugio del vencido.
Los hijos de la aurora son los padres
tatuados en el pecho con brío.

Me llama el aire, flauta melodiosa,
cantar por los caminos, cara al viento.
Me llama el agua con su tren de espumas.
Avivaré mi fuego montañero.

El árbol de los pueblos siempre verde.
Arderá, digo, la amapola de oro.
El agro con sus trigos para el hombre
y el hombre en sus artes afanoso.

Por fin el labrador tendrá colinas
donde siembre sus lenguas el rocío.
debajo de los pámpanos el júbilo.
Ay el trino que soltarán los mirlos.

Aperos y caballos con su lustre
cabalgando por huasos propietarios.
Azadas y martillos victoriosos
sonando como un viento libertario.

Inquilino al alba con sus bestias.
Arados con sus bueyes en el campo.
Las mozas en el ruedo de las trillas
Y mozo entre parvas empeñados.

La casa donde caben los inviernos.
El hombre sostenido por la casa.
Maderas aromadas, humo azul.
El sitio de amor. La casa clara.

Quiero niños sin prisa por la vida
armados de salud hasta los dientes.
Quiero mirar el sueño con mis ojos.
El ave de la aurora viene, viene.

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