sábado, 22 de septiembre de 2012

Canción de la Pareja, De Cantos del Recodo. Altenor Guerrero,


Yo vivo consumido por el hambre
y me paso la tarde de los días
como un sabio lancero acuartelado.

Fulguras en el tacto del origen
pulida por mis viejas herramientas.
Tengo la edad de los primeros mitos.
Ese soy: un alfarero milenario.
Te guardo y domestico,
serpiente familiar.
Sólo cumplo las leyes interiores.


Palpo tremedales, finas algas,
Los abrojos de tus zonas prohibidas.
Distribuyo tus partes esenciales,
isla sola, territorio de búsquedas secretas,
la gruta donde mana la ternura,
y descubro monedas de otro tiempo.


Eres digna cabellera
en la cabeza conquistada.
El ardiente trofeo de la tribu.
Retozas en tu nido
y te amo, criatura de mi fauna,
cuando gimes y peleas
con tus garras el hueso del placer.


Horadé tu nombre con el mío.
Prolongué mi rio en tu sangre.
Imagen carcomida por el uso,
causa principal de la desdicha,
el recurso de los goces,
defensa levantada contra el vicio,
mujer cubierta por mi furia.
El tótem astillado.


Adentro de las noches erigidas en un despojo,
y después magnificadas, Tú,
hija fiel de mis deseos.
La llama donde quemo mis vestigios.


Sucedes en el tiempo
hiriéndote de arrugas,
signada por estrellas que se corren,
oh rostro ya poblado por la vida.
El amo de este amor. Cautiva fundadora,
la dueña de los pobres abalorios.
Adicta hasta la muerte.

En el pacto firmado al pie de un árbol
eres tú sobre las crías,
el águila que cumple los mandatos,
la mordida por el viento más salvaje,
misteriosa y dulce amurallada.


Soy huésped de la umbría.
En el valle cultivo los peligros.
Estaco pieles, lustro el hacha, el fuego
mantengo desvelado.
La mentira lavo con verdades.
Regreso del oficio roído hasta los huesos,
el hosco silencio,
y te ato por el cuello a mis designios.


Quemado bosque de lectura, mi costumbre
de soñar. Y cruzo la frontera.
Es ahí cuando te encuentro. Desnuda.
Haciendo leña de las sillas. Grito y llanto.
Una tela de esperanza por mantel
y comemos las mismas ansiedades,
mientras gruñen debajo de la mesa,
marcadas por el aire de la familia,
las hijas del estío.

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